Tengo una filosofía indefinida, grito lo que pienso (muchas veces inoportunamente) y no siempre me va bien. "Los grandes" dicen que los de mi edad no podemos tener problemas reales, que son todas viles pelotudeces. Pero
yo pienso que en muchas oportunidades yo, por lo menos, me encuentro con situaciones en las que tengo que pensar más de lo que frecuento para resolverlo a mi favor.
La mayoría de las veces que me pasa, intento ignorarlo, pero mi genio es más poderoso y sutilmente me va encerrando en una encrucijada determinada "problema", que hasta no haber acabado con ello, me convierto en un ente con una hermosísima cara de ojete, hago todo mal, y así me peleo a capa y espada con lo o los que esten en el medio de mi dichoso problema.
En realidad quizas no tengan tanta importancia. Pero intento hacer de ello una travesura, un obligado aprendizaje que no me gusta contar. Me hago la misteriosa. O soy misteriosa. No sé.
Realmente creo conocerme. Pero soy demasiado ciclotímica para definirme y escucharlo o leer aquello a la semana y pensar cuán equivocada estaba.
Pero gracias a algún dios o Cosa Del Más Allá, es algo que puedo manejar todavía. Me sale bien hacerme la pelotuda en esos casos, porque parezco ser una persona muy lógica y coherente. Pero
lo que en verdad ocurre de mi cara para adentro y abajo, en lo profundo de mi cuero cabelludo, es que yo no quiero saber quién o qué soy y me gusta.
A veces incluso, me autoconvenso de que tengo un intruso adentro, y que no soy responsable de mis actos. Pero igual rápido me acomodo. Realmente no es que me importe lo que piensen de mis acciones, pero tengo presentes en mi vida personas que jamás lastimaría.
Y bueno, así voy remándola en mi subterraneo mundo.
